8. 2000 MANÍACOS (1964)
Bucear en la filmografía de Herschell Gordon Lewis es por definición un pasatiempo más propio de un arqueólogo que de un cinéfilo. La importancia capital de este hombre en la historia del cine se reduce única y exclusivamente a un factor muy circunstancial: él fue el primer director de cine gore, tal y como lo entendemos. Fue el que uso por primera vez esa palabra para vender películas repletas de sangre, visceras y cachondeo barato, y fue también el primero que realmente se atrevió a rodarlas. Ya hablamos de él en este otro post, y como bien decíamos allí, su última película antes de cerrar el chiringuito, que fue THE GORE GORE GIRLS, ya era anterior a otras obras que durante años han sido consideradas las pioneras del género, como LA MATANZA DE TEXAS o LA ÚLTIMA CASA A LA IZQUIERDA. Vamos, que Lewis ya estaba haciendo películas gore una década antes que Tobe Hopper o Wes Craven, lo que ocurría era que como sus producciones eran cintas de exploitation ultra-baratas que se proyectaban fundamentalmente en drive-ins de la USA profunda, pues su vida fue limitada y efímera. Tras recorrer los circuitos obligados y espeluznar a los correspondientes teenagers que se daban el lote en el asiento trasero de un Pontiac, las pelis de Lewis se archivaban en un polvoriento armario y se dejaban morir de asco, puesto que nadie se imaginaba que semejantes majaderías fílmicas fueran a cobrar valor alguno en el futuro por parte de entusiastas y coleccionistas, como así ha sido. En todo caso, hay que insistir en que la diversión inherente a sus obras es esencialmente arqueológica, y que el encanto de estas cintas es puro camp, porque las pelis en cuestión son obviamente una mierda, hechas con malos actores, aún peores guiones y paupérrimos presupuestos. Eso sí, la que hoy nos ocupa es probablemente la mejor de todas las pelis gore que rodó Lewis, la que exhibe una mayor factura y una mayor disponibilidad de medios (al menos aparentemente), la más cachonda, la que tiene un guión más original, y la que está mejor fotografiada en escenarios naturales mucho más vistosos que el habitual decorado diáfano de todos sus films.
2000 MANÍACOS pertenece a la primera época de Lewis como cineasta de género, concretamente a la época en que fue socio del mítico exploiter Dave Friedman. El tandem Lewis-Friedman se convirtió en sinónimo de películas baratas, salvajes y divertidas. Juntos perpetraron nudies y sexploitations de títulos tan sugerentes como GOLDILOCKS AND THE THREE BARES o BELL, BARE AND BEAUTIFUL, hasta que un buen día vieron que el mercado estaba saturado de pin-ups en pelotas luciendo lencería de encaje e idearon la nueva baza de los surtidores de sangre y la casquería a lo bruto. Este filón les dio buenos resultados comerciales, si bien sus colaboraciones en el género apenas fueron tres (la hoy llamada Blood Trilogy), porque luego Friedman se siguió dedicando a explotar el sexo y el despelote, y Lewis se asoció con otros productores con los que siguió haciendo películas de terror sangriento. De las tres pelis generadas por tan fértil colaboración, la primera, BLOOD FEAST, es famosa por ser, precisamente, la primera de su especie, la obra seminal de la que surgió todo. La segunda, que es la que ahora nos ocupa, es famosa por ser la mejor, la más divertida y la más enloquecida. La tercera, COLOR ME BLOOD RED, no sé muy bien por qué es famosa, o quizás no sea famosa en absoluto, porque está bastante claro que es la peor de las tres.
Pero bueno, sea como sea, ver hoy en día 2000 MANÍACOS es un divertimento perfectamente adecuado para cualquier rato de aburrimiento vespertino con unas cervezas y pocas ambiciones cinematográficas. Atención al argumento: en algún lugar remoto al sur de la línea Mason-Dixon, unos rednecks con peto vaquero y sombrero de paja subidos a un árbol se dedican a vigilar la correspondiente carretera comarcal con unos prismáticos a la espera de que pase algún vehículo que sirva a sus propósitos. Cuando ven llegar alguno con matrícula de algún estado del norte, ponen la típica señal falsa indicando un presunto desvío obligatorio a la derecha, forzando a los viajeros a cambiar de dirección. Así es como logran reconducir los destinos de seis personas hacia la bonita localidad de Pleasant Valley, Georgia, donde son recibidos con fanfarrias, banjos y algarabía multitudinaria por los habitantes de tan ilustre municipio. Allí llegan por un lado dos parejas jóvenes que viajan juntas en un coche, y por otro lado la pareja protagonista encarnada por el omnipresente Bill Kerwin (que sale en todas las putas películas de Lewis) y la ex-conejita de Playboy Connie Mason (que repite papel de bombshell asesinable tras su participación en BLOOD FEAST), que en realidad no se conocen pero viajan juntos, porque la Mason ha recogido a Bill Kerwin en la carretera después de que éste tuviera una avería con el coche cuando se dirigía a una convención sobre enseñanza en Atlanta. Estos seis forasteros son recibidos con todo tipo de honores por los lugareños, lo que incrementa la estupefacción de los viajeros. Al parecer, el pueblo está en fiestas, inundado de pancartas, banderines con la bandera sureña y música en la calle, y el alcalde en persona (un Jeffrey Allen absolutamente inolvidable e icónico a más no poder) les invita a quedarse un par de días en Pleasant Valley como invitados de honor. Les informa de que no deberán pagar absolutamente nada, que serán los invitados, y que les invitarán a una barbacoa especial que sólo se celebra una vez cada cien años.
Lo que los turistas no saben, claro, es que en realidad lo que se celebra es el centenario de la batalla de Pleasant Valley, uno de los últimos enfrentamientos de la Guerra Civil Estadounidense, en el que el pueblo en cuestión quedó totalmente arrasado por las tropas de la Unión, que mataron a todos sus habitantes. Y lo que tampoco saben es que la celebración, además de en una barbacoa, consiste también en una sangrienta venganza contra los yanquis por sus despiadadas acciones pasadas, y que precisamente ellos van a participar en la barbacoa, aunque no precisamente como comensales. Uno tras otro, los confiados "invitados de honor" del pueblo van siendo objeto de la ira de los paletos sureños, los dos mil maníacos del título (que bueno, en realidad son aproximadamente una veintena de maníacos y va que chuta, pero ya se sabe, una película llamada "25 maníacos" no habría atraído tanto público al autocine). Los atolondrados visitantes van siendo asesinados de forma acorde con las tradiciones festivas del sur, todas ellas tan descabelladas, bizarras y circenses como cabría esperar: a la primera la cortan en pedacitos con un hacha y la sirven como cena en la barbacoa; a otro lo emborrachan con whiskazo de alambique en tazón de chapa y lo invitan a participar en un rodeo con caballos, de tal suerte que acaba con un caballo atado a cada pierna y a cada brazo, que al ponerse a trotar lo desmiembran por todos lados (bueno, en realidad apenas vemos un par de caballos y como de pasada, debe ser que no llegaba el presupuesto para el ganado equino); a otro lo meten en un barril con clavos afilados y lo despeñan rodando ladera abajo en plan bestia; a otra la atan a una tabla justo debajo de una plataforma de gran altura que sostiene un pedrusco gigante de cientos de kilos de peso, y luego la población se pone a tirar pelotazos a una diana como en las tómbolas de los monos tratando de desequilibrar el artilugio para que la roca caiga y aplaste a la muchacha (lo consiguen, claro). Y así sucesivamente. Como es lógico, y antes de que todos hayan muerto, Bill Kerwin ya se empieza a oler la tostada y se da cuenta de que tienen que escapar de allí, por lo que huye de sus anfitriones y declina amablemente esas muestras de hospitalidad sureña. Pero claro, los rednecks enloquecidos de esta "Deep USA Town" no se lo van a poner fácil, y van detrás de los protagonistas en plan salvaje a cobrarse la venganza por las implacables masacres decimonónicas de sus ancestros.
Los personajes que pueblan Pleasant Valley son directamente de carícatura de tebeo, empezando por el alcalde, el auténtico gordo con gorro de cowboy pero en plan elegante, como si fuera un pastor baptista, y venga a echar risotadas y gritos. Yo es que no puedo ver a Jeffrey Allen sin empezar a descojonarme, no me extraña nada que Lewis explotara el filón y lo sacara haciendo papeles similares en otras películas, sobre todo en el ciclo hillbilly, con títulos como MOONSHINE MOUNTAIN o THIS STUFF'LL KILL YA!. Luego está la pareja de paletos del peto y el gorro, encarnados por Ben Moore y Gary Bakeman, también habituales del cine de Lewis, con esos acentorros del sur que no les entiendes una puta mierda, y el eterno guaperas interpretado por Mark Douglas, que trata de camelarse a las féminas del grupo para luego someterlas a crueldades varias (no es casual que acabe tragado por las arenas movedizas). En el apartado femenino tenemos a la hermosa Linda Cochran, presencia habitual en las producciones de Friedman, y que aquí más que una mujer sureña parece salida de la cantina de un mexi-western, y a la risueña Candi Conder, que también salía en COLOR ME BLOOD RED y que aquí apenas aparece en la recepción del hotel metiendo clavijas en el panel telefónico. El resto del personal está compuesto, absurdamente, por la propia población local del pueblo en el que rodaron la película, que no es otro que St. Cloud, Florida, un pueblillo que está a tiro de piedra del actual Disneyworld. Al parecer, Lewis se presentó en el pueblo con un buen puñado de dólares y les dijo a las autoridades que querían rodar allí una película y que apenas estarían una semanita, ante lo cual nadie tuvo impedimento en cederles el hotel, las calles, la figuración y lo que hiciera falta. Por lo que cuenta el director en el audiocomentario del DVD americano, los lugareños estaban emocionadísimos de que por primera vez en la historia del pueblo se rodara allí un largometraje, y se prestaban voluntariamente a salir haciendo bulto, bailando, agitando banderines de fiesta y desfilando por las calles, aunque según Lewis, si hubiesen sabido en qué tipo de película iban a salir seguramente se habrían mostrado menos dispuestos (les hicieron creer que era simplemente algún tipo de comedia costumbrista rural o algo). Esto evidentemente influyó en la producción, dado que pudieron rodar escenas enteras con figurantes gratuitos en plena calle, cosa que en las exploitation-movies no era muy habitual (a veces la norma era rodar directamente en la puta calle sin permiso ni nada con la gente pasando y mirando a cámara estupefacta).
A pesar de ser teóricamente una película gore, y de estar catalogada en todas partes en el género de terror, la película está más cerca del ciclo hillbilly de Lewis que del cine de terror o misterio. La atmósfera oscura y tenebrosa brilla por su ausencia. Aquí todo sucede a pleno día y en mitad de soleadas localizaciones, y siempre en un ambiente de jolgorio y fanfarria amenizado por la música hillbilly, el bluegrass, y los llamados Pleasant Valley Boys dándole al banjo y a la guitarra (los amantes del tipo de música que sonaba en O BROTHER disfrutarán sin duda de los temas musicales). En su día tuvo que ser difícil encajar este film en algún género concreto, porque es evidente que no es de terror. Es más bien una comedia, pero en aquella época era inconcebible que en una película de risa salieran escenas de violencia brutal, desmembramientos, asesinatos y vísceras colgando. Pero eso es lo que es, y nada más. Ya desde el principio nos lo dejan claro, con esos personajes que espían la llegada de posibles coches, riendo y gesticulando como secundarios exagerados de alguna screwball comedy. Y pertenece también al terreno de la fantasía casi de Lewis Carroll, con ese pueblo fantasma que aparece de la nada un solo día cada cien años en esa especie de dimensión desconocida en la que puedes quedar atrapado, como en BRIGADOON, o como ese oasis onírico que aparece al final de KAFKA EN LA ORILLA. En esta mezcla de géneros la película fue claramente pionera.
Lo que más me llama la atención de las primeras películas de Lewis es que, a su manera, establecerían casi sin quererlo todos y cada uno de los clichés que luego se desarrollarían más en profundidad en el cine de terror moderno. Si BLOOD FEAST inauguró la tradición del asesino loco sanguinario, del "killer on the loose", 2000 MANIACOS apuntaba ya otros temas omnipresentes como el de los turistas desorientados e incautos que se quedan tirados en el típico Nowheresville, USA en mitad de la nada y tienen que vérselas con lugareños perturbados (aún tendría que pasar una década entera antes de que el americano medio viera llegar cosas como LA MATANZA DE TEXAS o LAS COLINAS TIENEN OJOS). No es que Lewis y Friedman usaran clichés porque fueran exploiters, sino que ellos mismos los crearon. En aquellos tiempos, no existía una tradición previa de este tipo de películas, y por lo tanto todo se lo sacaron de la manga sobre la marcha. Nunca pretendieron que sus nombres fueran conocidos, ni que sus historias tuvieran vida más allá del año o año y pico que tardaban en completar la tournée por todos los cines de programa doble del circuito de distribución que manejaran. Y sin embargo, muchos años después, ya retirados del oficio, unos Lewis y Friedman ya jubilados contemplan atónitos como, a pesar de todos los avances y mejoras realizadas en el cine de género, sus películas se siguen proyectando en pantalla grande en todo tipo de convenciones, ciclos y maratones nocturnos, en los que incluso se requiere su presencia para firmar autógrafos y contar anécdotas de aquellos felices años del cine de derribo ante cientos de espectadores ávidos de rastrear el turbulento pasado del cine popular norteamericano. Las salas de cine de los centros comerciales se llenan de cintas de terror destinadas a la juventud que no son sino versiones amplificadas de los lugares comunes que ellos mismos idearon. Incluso en nuestra limitada geografía, Alex de la Iglesia declaraba en los inicios de su carrera su intención de rodar un remake de 2000 MANÍACOS que se titularía 2000 VASCOS, y que estaría ambientado en los años sesenta, con unos españolitos del tardofranquismo que viajan a Francia en coche para ver EL ULTIMO TANGO EN PARIS y se ven atrapados en un extraño pueblo lovecraftiano cuyos desquiciados habitantes los van asesinando según las tradiciones de las fiestas populares vascas: a uno lo emplumaban y lo estrangulaban como a los gansos de Lekeitio, a otro lo partían a hachazos unos aizkolaris, etc. (por cierto, que no es la única referencia a Lewis en los proyectos de este hombre, puesto que ya en los créditos de su cortometraje MIRINDAS ASESINAS usaba como banda sonora la pista de sonido de la primera escena de BLOOD FEAST).
Pero volviendo al hilo de la cuestión... ¿qué posibilidades tiene hoy usted de llegar a ver 2000 MANÍACOS? Pues por oscura que parezca la película, lo cierto es que bastantes. Está editada en DVD en todas partes en ediciones mejores y peores, está hasta doblada al castellano, y por supuesto puede uno bajársela de la mula, el torrent y demás con total impunidad. Vamos, una distribución tan amplia que ni de coña habrían imaginado Lewis y Friedman hace cuatro décadas. También es cierto que es la única película de Lewis editada en España, y que el resto de sus títulos son bastante más jodidos de localizar. La mejor opción es sin duda la edición norteamericana de mi adorado sello Something Weird, que no sé cómo se las apaña siempre para obtener transfers estupendos de películas cuyas copias debían de estar sin duda en un estado absolutamente lamentable. De todos modos, el transfer es lo de menos, porque en la edición británica de Tartan es el mismo, y en la española de Manga Films ya no lo sé, pero es muy probable que también (a juzgar por los extras parece que han calcado la de Tartan). Lo que realmente importa de la edición americana, al igual que en todas las ediciones de películas de Lewis facturadas por el sello del gran Mike Vraney, son los apasionados audiocomentarios que Lewis y Friedman incluyen en ella. En compañía del propio Vraney (enciclopedia andante de la historia del exploitation donde las haya) y del productor y propietario de los derechos originales Jimmy Maslon, estos viejos zorros del negocio del cine de consumo rápido van desgranando una a una todas las anécdotas, recuerdos y datos olvidados del rodaje en aquel pueblo de Florida, entre risas y chistes cómplices. Un documento valiosísimo para el aficionado que no está incluido en ninguna otra edición, y que, como pasa con los audiocomentarios de todas las películas rodadas con cuatro duros, es siempre mucho más divertido e interesante que el de cualquier clásico de filmoteca a cargo del crítico o "film historian" de turno. Además, va en zona 0, e incluye tomas de ensayos y rodajes, trailers y abundante material gráfico rescatado de los archivos de Dave Friedman. Para quienes no hayan tenido nunca ningún contacto con el cine de estos pioneros del gore, este film es un perfecto punto de partida que sin duda sorprenderá para bien o para mal a sus amistades y desatará las risas y el jolgorio entre la concurrencia.
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