Friday, March 10, 2006

PELÍCULAS INCREÍBLEMENTE EXTRAÑAS



3. A TASTE OF BLOOD (1967)


De entre todos los cineastas que trabajaron en el fértil negocio de las exploitation-movies durante los años 60, el nombre de Herschell Gordon Lewis ocupa un lugar privilegiado. Más allá de que sus películas resultaran ser mejores o peores, su filmografía cobra una importancia capital en la historia del cine fantástico por razones exclusivamente arqueológicas: Lewis está considerado nada menos que el inventor del género gore, el pionero, el primer espabilado que hizo películas baratas repletas de sangre y tripas, con argumentos totalmente descabellados, y el primero que utilizó la palabra "gore" como un reclamo publicitario sensacionalista para atraer al público a las salas. Toda su filmografía es anterior al auge de las películas gore: su último film gore, THE GORE GORE GIRLS (1972), ya es anterior a otros clásicos seminales como LA MATANZA DE TEXAS o LA ÚLTIMA CASA A LA IZQUIERDA.


Sin embargo, y exceptuando algún título muy puntual, la obra de Lewis está totalmente inédita en nuestras pantallas. Sus películas se estrenaban exclusivamente en el circuito de los drive-ins y los cines de programa doble de su época, y Lewis jamás se planteó siquiera la posibilidad de distribuirlas fuera de las fronteras de los States (¿quién coño iba a estar interesado en Europa en ver pelis cutres hechas con cuatro duros que llevaban títulos tan absurdos como THE WIZARD OF GORE o BLAST-OFF GIRLS?). Ni qué decir tiene que en cuanto salían de cartel, estos films se archivaban en el armario de turno en la oficina del productor-exploiter correspondiente, y se quedaban ahí criando polvo por los siglos de los siglos. A nadie se le ocurrió jamás que un par de décadas después alguien fuera a recordar estos títulos, ni mucho menos a sus responsables, pero como siempre pasa con estas cosas, algún chalao se puso a remover el pasado y descubrió que había habido vida antes de Wes Craven o Tobe Hopper, y lo que en su día no eran más que películas casposas para rellenar huecos en cines de barrio y grindhouses pasaron a ser objetos de culto y devoción por parte de miles de fans del género de terror de todo el globo terráqueo. Evidentemente se trataba de pelis más cutres que la hostia, pero ya se sabe que para el arqueólogo de lo insólito los aparentes defectos de una obra son muchas veces su mayor virtud, al margen de que las películas de H.G. Lewis, teniendo en cuenta la época y los medios técnicos con los que se hicieron, son hasta prodigios de los efectos especiales gore.



Sin embargo, y a pesar del caracter generalmente sangriento y obsceno de las películas de Lewis, existe una película, sólo una, en toda su filmografía en la que el simpar director aparca a un lado las vísceras, el gore y los desnudos gratuitos para tratar de facturar un film de terror "clásico" con cierta categoría, un film en el que pretendía demostrar que con escasos medios también se podía hacer una película de terror seria como las de la Hammer. Obviamente hablando en todo momento de cine de serie Z, pero sustituyendo los asesinos psicópatas y los higadillos por vampiros transilvanos, secuencias comedidas con diálogos, y atmósfera de cierta inquietud y misterio. Esa película fue A TASTE OF BLOOD, una de las excepciones más raras del cine de bajo presupuesto de la época, tanto por sus ambiciones como por su duración: casi dos horas de metraje, una rara avis del copón en un mercado en el que ninguna película duraba más de 90 minutos ni de casualidad, debido a las dificultades a las que se tendría que enfrentar en su circuito de distribución (básicamente cines de programa doble que metían tres pases diarios y que no se arriesgaban a alquilar cintas de larga duración por resultar por lo general menos rentables). Desconozco qué fue exactamente lo que llevó a alguien como Lewis a hacerse cargo de un proyecto tan atípico en la industria, pero que quede claro desde el principio que su supuesto parecido con las exitosas películas británicas de la Hammer es más un decir que otra cosa.




Repasemos el absurdo argumento: tenemos como protagonista a un acaudalado empresario de Florida, un triunfador de los negocios, que viste bien, juega al golf, es simpático y encantador, y tiene a una rubia jamona por esposa. Su nombre: John Alucard (vaya, qué casualidad, ¿a qué me recordará el apellido leído a la inversa?). En realidad, este buen hombre desciende de una familia rumana de los Cárpatos (hmmm... ¿cuál podrá ser?), pero nunca se ha preocupado por hurgar en su ignoto pasado, dado que ha vivido toda su vida en Estados Unidos y bastante tiene con sus negocios y sus empresas. Un buen día el señor Alucard recibe por correo una caja de origen desconocido: se trata de dos botellas de una especie de brandy europeo presuntamente embotellado por sus ancestros en el siglo XIX. Sorprendido por este inesperado regalo, el muy incauto procede inmediatamente a beberse unos chupitos de tan selecto licor, que tiene un sospechoso color como entre rojo y púrpura (oh, vaya... ¿a qué me recordará?).El hombre le empieza a coger el gusto a esto del bebercio: el primer par de chupitos, pues no pasa nada, pero luego ya el señor Alucard empieza a desarrollar una adicción brutal y ya no se separa de la botella ni para ir a mear. Se le empieza a agriar el caracter, empieza a mostrarse nervioso y distante, su piel se vuelve pálida y por si fuera poco, empieza a dormir de día y estar despierto de noche. Vamos, que si por lo que sea al espectador no le hubiera quedado ya lo suficientemente claro con lo del nombre, a estas alturas ya parece obvio lo que pasa: a causa del brandy rumano este, el señor Alucard se está convirtiendo en vampiro. Su mujer obviamente está preocupada por él y le encarga a su amigo Hank (el omnipresente Bill Kerwin) que vigile a su marido a ver qué hostias le pasa. Como parece que el Hank este ya se empieza a oler la tostada, no se le ocurre mejor idea que regalarle a la señora Alucard un colgante que incluye una cruz de plata, lo cual complica todavía más la cosa, porque nuestro protagonista ya no puede siquiera aproximarse a su mujer sin sentir una repulsión automática hacia la cruz.


Transcurridos seis meses desde que se recibió el paquete, Alucard se ha convertido ya en un vampiro hecho y derecho, momento en el cual recibe una segunda carta de uno de sus ancestros rumanos. Se trata, como ya habréis imaginado, del mismísimo Conde Drácula, que le revela que el brandy que se bebió era en realidad su propia sangre, destinada al último descendiente másculino del árbol genealógico de los Dracula. Asimismo, le adjunta un anillo mágico que puede hipnotizar a sus víctimas, y le da un listado de una serie de individuos a los que debe dar pasaporte. Estos individuos son supuestamente los descendientes de los hombres que acabaron con la vida de Dracula en el siglo pasado: Jonathan Harker y el Profesor Van Helsing. Total, que a partir de ahí el antaño respetable señor Alucard va cargándose uno por uno a los sujetos estos, hipnotizándoles primero con el anillo, que en realidad es un juguete chunguísimo de estos como los de las barracas con una letra D pintada en color rojo. Cada vez que se convierte en vampiro, el tío va y se pone todo azul pálido ahí, con el foco cubriéndole la cara, en lo que probablemente será una de las maniobras de iluminación más pachangueras de la historia del cine. Una de sus víctimas es nada menos que una bailarina de strip-tease conocida como Vivacious Viv, cuyo nombre real no es otro que Vivian Van Helsing (adivinad de quién es descendiente), y cuyo asesinato aprovecha Lewis para mostrar algo de carne fresca en pantalla, que siempre viene bien. Afortunadamente, acaba entrando en escena otro descendiente del célebre cazavampiros: el doctor Howard Helsing (Otto Schlesinger), que es un señor bajito, calvo y con bigote que recuerda más a Agustín González que a Peter Cushing, pero bueno...



Utilizando los personajes y referencias de Bram Stoker de forma apócrifa donde las haya, Lewis construye un film de terror bastante más bestia que las recatadas joyas de la Hammer, pero bastante más light de lo que nos tiene acostumbrados. Se ven empalamientos y tal, pero poca cosa. Al contrario que en otras películas de Lewis, aquí se presta más atención a la versatilidad de los actores, con profesionales como Bill Rogers u Otto Schlessinger en los papeles principales, y reservando los papeles secundarios para las presencias habituales del cine de Lewis, como Bill Kerwin o Dolores Carlos. Hasta el propio Lewis aparece aquí como actor en uno de los papeles más chorras de la película: el de un viejo lobo de mar que lleva el barco de Miami a Londres, transportando en su bodega a ya sabemos quién (por lo que comenta Lewis, acabó interpretando ese papel porque el actor que tenía que hacerlo no se presentó ese día).




La mejoría técnica que se advierte respecto a otras producciones de las que se encargó este singular cineasta es notable. La fotografía está más cuidada, hay hasta contrastes de luces y sombras (como en esa escena en la piscina vacía al final de la peli), y supuso la mayor inversión de tiempo en un rodaje que Lewis se permitió en toda su trayectoria (¡nada menos que 3 semanas enteras!). Sin embargo, es evidente que la película es bastante aburrida. Tiene demasiado diálogo, escenas vacuas, y se alarga demasiado en contar una historia que, por otra parte, resulta bastante más previsible que otras de las que abordó, al menos para cualquiera que haya visto un par de versiones del clásico de Stoker. Eso no quita para que Lewis la considere una de sus mejores películas, sólo superada, en su opinión, por 2000 MANÍACOS. Según él, era tan buena que estuvo a punto de vendérsela a Roger Corman, pero al parecer éste, en su línea habitual, ofrecía una miseria por la cinta, y Lewis decidió que sería mejor moverla por su cuenta. De todos modos, no deja de resultar irónico que la presunta garantía de calidad de una película provenga del hecho de que era "lo suficientemente buena como para que la distribuyera Roger Corman". Porque vamos a ver, si la que distribuia Roger Corman era la buena, cómo serían las demás, cabe pensar...


La única edición en DVD de A TASTE OF BLOOD que cualquier persona sensata debería adquirir es la versión estadounidense del sello Something Weird Video, posiblemente el sello con el catálogo de films más insólito e increíble de todos los que existen. Sus películas rara vez son editadas por otros sellos en ningún lugar del mundo, y para más inri, no venden fuera de los States. Si a eso le sumamos que las ediciones suelen ser bastante limitaditas, a veces conseguir alguna edición Something Weird acaba siendo una tarea casi imposible, a menos que alguien viaje directamente a los States y las consiga en la friki-tienda de rigor, o localice milagrosamente alguna en eBay, el Amazon Marketplace y lugares similares. En el caso de los DVDs de Herschell Gordon Lewis, la cosa suele ser un poco más sencilla de lo habitual, ya que hasta en la web de Amazon pueden encontrarse a veces con la típica advertencia de "Only 1 left in stock - Order Soon" y cosas así.



Sin embargo, los esfuerzos por localizar estas obras olvidadas y desenterrarlas suelen dar frutos de lo más satisfactorios. Como todas las películas facturadas por el nunca suficientemente idolatrado Mike Vraney a través de este sello, incluye audiocomentarios de lo más hilarantes a cargo de los propios Lewis y Vraney, que no paran de contar anécdotas de lo más divertidas sobre el rodaje del film, como los problemas con la actriz que era incapaz de hacer el muerto en la piscina, o como el propio origen del guión de la película, que al parecer Donald Stanford escribió pensando en que lo protagonizaran nada menos que Frank Sinatra y Sammy Davis Jr. (ya me explicarán qué papel haría cada cual, a mí es que sólo de imaginarme el guión de A TASTE OF BLOOD encarnado por Sinatra y Davis Jr., pues es que ya me entra la risa). En mitad de la grabación, aparece en el estudio de repente el mítico productor Dave Friedman, que pasaba casualmente por allí, y se pone a comentar la peli con ellos como quien entra en un bar y pregunta cómo va el partido. Por si fuera poco, al de unos minutos se suma también Jimmy Maslon, gurú del sello Shock Video, que al parecer también pasaba por allí, y se convierte aquello en un cachondeo de tres pares de cojones. Adicionalmente, se incluye a modo de extra un corto pleistocénico mudo que lleva por título NIGHTMARE AT ELM MANOR, y que son unos diez minutos de nudie añejo con una jovencita en bolas huyendo de un vampiro en mitad de una mansión abandonada. Un plan de lo más peculiar para cualquier madrugada insomne de esas que todos pasamos delante del televisor, en bata y quizás con una copita de... ¿brandy?


2 Comments:

At 4:11 PM, Blogger Queer Enquirer said...

Pues tiene una pinta excelente. Me la apunto para añadir a la lista de cosas raritas pendientes de ver. ¿No hay mariconeo?

 
At 7:39 PM, Blogger The Big Kahuna said...

Hombre, pues... No, mariconeo no hay. Bueno, salvo posibles interpretaciones y dobles lecturas, claro...

 

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