Tuesday, February 21, 2006

LA VIDA A CACHOS


¿Por qué llevo tanto tiempo sin actualizar el blog? Podría recurrir a toda esta retahila de excusas que siempre funcionan: que si he tenido mucho trabajo, que si he estado escribiendo la crónica del viaje a Francia, que si he tenido compromisos sociales no deseados (bueno, y hasta alguno deseado)... Todas serían ciertas, y todas serían, para qué negarlo, insuficientes. En realidad, no actualizo el blog por lo mismo por lo que no escribo postales. Porque no sé si lo sabíais, pero yo, salvo amenaza o coacción, nunca escribo una puta postal a nadie. No por ser desconsiderado, ni porque no me acuerde de los amigos sino porque me parece absurdo. Es que vamos a ver, ¿qué contenido puede llegar a tener el texto de una postal que resulte gratificante para el lector? "Hola, estoy en Lanzarote. Aquí me lo estoy pasando en grande, me paso todo el día en la playa viendo tías en bikini y comiendo. No veas qué bonito es esto. Ayer fuimos al Timanfaya y casi me caigo del camello. ¡No veas qué risas! Bueno, nada más. Muchos besos. Agur!". Y eso que yo gasto letra pequeñita, pero ni por esas. Una postal es el medio de expresión para quienes no pretenden expresar absolutamente nada. No es más que una incómoda convención social, un rollo más del que tenerte que preocupar cuando vas de viaje.




En mis tiempos universitarios y pre-universitarios, tenía costumbre de combatir el aburrimiento inherente a los veranos que transcurrian en la costa mediterránea escribiendo largas y extensas epístolas a todas mis amistades. Me refiero a epístolas que fácilmente podían llegar a alcanzar los cuatro o cinco folios de extensión. Vamos, de hecho, me consta que muchos ni se las leían. Ya sabéis, lo típico de cuando a final de curso comentas dónde va a ir cada uno de vacaciones, y surgen esas cosas de "pues escríbeme una postal, ¿vale?". Pues yo ni postal ni nada, me ponía a soltar unas novelas y unas profundas reflexiones que ni Wittgenstein en el Tractatus Logico-Philosophicus ese. Hoy en día ya no escribo ni cartas, ni postales, ni e-mails ni nada, porque mis viajes ya de por sí suelen plantear los suficientes obstáculos estructurales como para andar uno preocupándose de comprar sellos, buscar la Post Office, y demás. Cierto es que algunos de mis acompañantes en estas travesías demuestran en ocasiones la moral y el atrevimiento suficientes para llevar a cabo iniciativas de lo más estoicas por correo postal. Por ejemplo, el ilustre Sr. Regalado, durante nuestra estancia en Escocia, se dedicó a enviar cada día una postal distinta a su novia desde un pueblo distinto cada vez, narrando las vicisitudes de cada día de viaje, lo cual, si se piensa, no deja de ser una especie de versión primigenia de lo que hoy entendemos por blog.

Además de esto de las postales, hay otras manías en mi vida con las que bien podrían establecerse analogías: por ejemplo, siempre me como todo lo que haya en el plato, y siempre todo seguido. Si me como, pongo por caso, un filete con patatas, me como siempre todo el filete, y una vez lo termino, todas las patatas. Tampoco leo nunca dos libros a la vez. No empiezo un libro sin haber acabado el anterior, no veo nunca las películas a cachos, y nunca entro al cine con la película empezada. Rara vez como entre horas, pero en las horas de las comidas, siempre como grandes cantidades de una sola cosa. Si puedo comer mucho de un plato, mejor que un poco de cada plato. En resumen, todo en mi vida se rige por los mismos principios idiotas: 1) si empiezas una cosa, es para terminarla, no para dejarla a medias; 2) antes de empezar a hacer cualquier cosa, he de terminar primero lo que estaba haciendo antes (lo típico: "hasta que no te termines la merienda no bajas a jugar"); 3) si hay que hacer algo se hace bien, en su totalidad, y desde el principio hasta el final. Para hacer en la vida sólo cachos o fragmentos de cosas, es mejor no hacer nada.

Para alguien con esta curiosa auto-disciplina, hacer un blog en el sentido tradicional (actividad fragmentaria donde las haya) es el equivalente a pasarte la vida comiendo a deshoras y a base de pintxos y canapés ajenos, en vez de sentarte delante de un plato de marmitako propio y dedicarte en exclusiva a comerlo. Es como pretender abarcar todo el conocimiento del mundo a base de coleccionar postales. Abarcar mucho y apretar poco. Mencionar la existencia de las cosas sin llegar a aprender nada sobre ellas. Acumular toneladas de links, noticias y fotos sacadas con el móvil sin llegar a reflexionar nunca sobre qué coño de sentido que eso exista y que tú lo hayas puesto ahí. En nuestra sociedad actual, más que nunca, la vida es eso: fragmentos o cachos sueltos de cosas. Un flyer por acá, un aperitivo por allá, un cafecito rápido, un sandwich vegetal a la hora de comer, un titular de portada leído de pasada, un cacho de un episodio de una serie que ves en la tele en el intermedio entre otros dos cachos de episodio de serie, un estribillo que has escuchado en un anuncio, un crucero de siete días por todo el Mediterráneo.




El Diplomaster, en su sabiduría habitual, me revelaba recientemente, frente a un cortado y un cigarro consumidos rápidamente en un ratito libre, en qué radica el éxito de los blogs como medio de expresión: mucho contenido dosificado en píldoras diminutas. Una foto, un link, una anécdota de tres líneas. Puntas de icebergs que apuntan a la existencia de mastodónticos bloques de hielo, sin que estos lleguen nunca a emerger y a mostrarnos su figura. La gente no tiene tiempo, ni costumbre, ni ganas de detener toda su actividad en un momento dado para dedicarse en exclusiva a leer un libro de cuatrocientas páginas, o a ver una película de tres horas, o a comer un menú de tres platos y postre. La gente navega en Internet al mismo tiempo que tiene puesta una película en la tele, habla por teléfono y picotea galletas de una bolsa. Las fascinantes veladas enfrascadas en la fascinante lectura de un libro hasta las cinco de la mañana, las partidas de juegos larguísimos que duran mañana, tarde y noche, o los viajes que sabes cuando empiezan pero no cuando terminan... Todo esto pertenece a un pasado exento de responsabilidades en el que unos pocos afortunados creímos que podíamos disfrutar de todo el tiempo del mundo.

No sé muy bien por qué esto del blog está saliendo así, pero intuyo que es por esta incapacidad mía de reducir las cosas a su expresión más superficial. Tampoco sé si esta será la línea editorial a seguir, pero de momento anuncio que la gran mayoría de las obligaciones que hasta ahora me tenían preso casi se han evaporado, y que el blog va a cobrar relevancia, y que todo parece indicar que se actualizará cada poquitos días con cosas nuevas. Lo siguiente que va es la reactivación de la sección Películas Increíblemente Extrañas, un tocho horroroso sobre Lucio Fulci, Dardano Sachetti y el encanto de los zombis italianos. Bueno, tocho para ir en un blog, claro. Y lo siguiente, pues a saber. Posts del tipo de "qué bien me lo pasé anoche en la cena del equipo de futbito, luego fuimos al Antzoki y al Azkena", pues dudo mucho que lleguen a aparecer por aquí. Tal vez porque, inconscientemente, no los considere más que postales enviadas desde el Timanfaya.

1 Comments:

At 9:02 AM, Anonymous Anonymous said...

a mí me encantan las postales! Mandarlas y recibirlas. Pero no para contar tres mierdas sin sentido, sino como detalle de recuerdo y para intentar ser brillante, ja. He enviado postales del conde kraffa desde la zona cero. He firmado postales como mordecai malarrama desde la judería de lisboa. Envío postales de catedrales de medio mundo a las mujeres que quieren casarse conmigo. Y mira cómo usan las postales ennis del mar y jack twist, ese su messenger de banda estrecha. Nah, que es un género a reinventar, afirmo.

 

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