Tuesday, July 03, 2007

GRANDES MAESTROS DEL TIMO Y DEL EMBUSTE


4. GREGOR MACGREGOR Y SU ÍNSULA BARATARIA (2/2)
4.
El primero en partir fue el Honduras Packet. El buque en cuestión había sido fletado por la propia Embajada de Poyais para transportar allí a la primera tanda de colonos, aunque Macgregor tenía ya fletados varios barcos más para posteriores migraciones en los meses venideros. Los barcos estaban convenientemente aprovisionados de alimentos y munición, y los pasajeros llevaban todos sus ahorros convertidos en dólares de Poyais, moneda absurda del Monopoly que Macgregor había imprimido en su casa y que había cambiado a los colonos por sus respectivas libras esterlinas. ¿No es brillante? En septiembre de 1822 el Honduras Packet zarpó desde Londres hacia las Américas con 70 colonos a bordo, entre los cuales había médicos, abogados y banqueros que habían comprado cargos de renombre en las instituciones gubernamentales de Poyais.

Cuatro meses después, el buque Kennersley Castle zarpó también desde Escocia, con 200 nuevos ilusos a bordo. ¿A dónde coño se dirigían estos barcos? Pues al punto geográfico que Macgregor les había indicado en el mapa, en el que hipotéticamente se hallaba Poyais. Téngase en cuenta que en aquella época un barco podía tardar sus buenos tres meses en cruzar el océano, lo que le daba a Macgregor un amplio margen de maniobra para poder fletar todos los barcos que quisiera y poner pies en polvorosa antes de que regresaran siquiera los del primer buque. El Kennersley Castle llegó a su destino en marzo de 1823, y se pasó dos días enteros buscando un puerto en el que amarrar. En su búsqueda infructuosa, quiso la providencia que encontraran por allí tirados a los colonos del Honduras Packet, que había ido a la deriva a causa de una tormenta. Lo único que había allí a lo largo de muchos kilómetros de costa era básicamente una jungla virgen, muchos bichos, ciénagas, cuatro nativos en taparrabos con lanza y un par de ermitaños norteamericanos que se habían retirado allí del mundanal ruido para hacerse uno con el cosmos y la naturaleza. Lo más parecido a la ciudad de St. Joseph descrita por Macgregor eran cuatro ruinas chungas que había allí en estado de abandono total, al parecer fruto de un antiguo intento de colonización que se había quedado en nada. En otras palabras, aquello era un territorio tan inhóspito que los pocos colonizadores que habían tratado de establecerse allí directamente se habían pirado. Mientras algunos de los futuros gobernadores de Poyais se enfrascaron en la tarea de buscar algún buque que los sacara de aquel lodazal, el resto de la tripulación se dedicó a construir algún tipo de refugio, aunque sólo fuera con cuatro maderos, para poder al menos protegerse de las inclemencias del clima.


La cosa derivó en un enfrentamiento como el de EL SEÑOR DE LAS MOSCAS, en el que los propios colonos se liaron a hostias entre ellos discutiendo sobre quién debía tomar el mando, y sobre quién debía arrimar el hombro en aquel vertedero selvático. Por si las turbias relaciones entre aquellos acaudalados señores no fueran suficiente lastre, algunos de ellos empezaron a irse al otro barrio a consecuencia del dengue, la malaria o la enfermedad de Chagras, por no hablar de los constantes problemas de salud causados por el calor, el agua infectada, las picaduras de insectos... Incluso parece que algún colono directamente se suicidó. En abril, cuando algunos ya llevaban cinco meses allí perdidos de la mano de Dios, un buque oficial de Belize llamado Mexican Eagle se topó con los colonos de puta casualidad, y su capitán tuvo a bien escuchar la increíble historia que le contaron. Ni qué decir tiene que tras conocerla casi se descojona del timo que les habían metido, pero por respeto contuvo la risa y les informó de que no existía ningún lugar llamado Poyais, y que como mucho, si querían, su buque podía llevarles al menos a Belize, que por aquel entonces era territorio británico y estaba algo más civilizado que el lugar en el que estaban ahora. Los colonos obviamente aceptaron el ofrecimiento, con tan mala suerte de que durante el corto trayecto fueron víctimas del típico brote tropical hijo de puta. Entre las enfermedades palúdicas, el tifus, la disentería y otros males de fácil contagio, los que no la palmaron durante el viaje tuvieron que ingresar en hospitales de Belize, en los que corrieron una fortuna no mucho mejor que en alta mar. De los 250 colonos que recogió el Mexican Eagle, 180 murieron sin poder salir de Centroamérica. Los 70 restantes zarparon hacia Londres en agosto en el buque Ocean, en cuya ruta también perecieron muchos de ellos, siendo finalmente menos de 50 tíos los que, a mediados de octubre, desembarcaron vivos en la capital británica. Ni qué decir tiene que para cuando llegaron allí, un año después de su partida, otros cinco barcos de los que nada se sabía habían partido hacia Poyais cargados de colonos.

Los que regresaron contaron su historia en los periódicos, los cuales a su vez denunciaron enérgicamente los chanchullos que había montado Macgregor ocasionando tales desgracias. Incomprensiblemente, los supervivientes, cegados por el deseo de convertirse en caciques de aquella lejana tierra prometida, se negaban a culpar a Macgregor del asunto, y seguían creyendo en la existencia de aquel País de la Piruleta que éste les había prometido. Al igual que con el Forum Filatélico y similares, el timo estaba tan bien montado que no podían dar crédito a que una infraestructura tan aparatosa y con semejantes garantías diplomáticas fuera un simple espejismo engañabobos. Incluso aquellos que perdieron a sus familias para siempre firmaron un documento defendiendo la inocencia de Macgregor y achacando la responsabilidad a sus servicios de cartografía y a los marinos. El mayor Richardson, aún Embajador de Poyais, demandó a los periódicos por las injurias cometidas y defendió a Macgregor ante las acusaciones de fraude que recaían sobre él. Pero para entonces Macgregor no tuvo necesidad de nadie que lo defendiera. De hecho, para cuando el Ocean llegó a Inglaterra Macgregor estaba ya ausente, en otro país, bien lejos de allí.


5.
En 1825, Macgregor se reunió en París con un hombre al que había conocido en el Ejército. Se trataba del ilustre ciudadano británico Gustavus Butler Hippisley, que al igual que nuestro protagonista había estado muchos años dando tumbos por los mares de Sudamérica. Una vez más, Macgregor le contó la novela de costumbre y le propuso nombrarle Embajador de Poyais en Colombia. Por lo que le dijo, estaba en tratos con una compañía mercante para enviar colonos franceses a esta nueva tierra, pero primero necesitaba obtener el respaldo del gobierno de Francia para lograr una renuncia expresa a los derechos reclamados por España sobre dicho territorio. Obviamente todo esto era una milonga porque ni existían dichas reclamaciones, ni el país ni nada, pero Macgregor sostenía que estaba en conversaciones con el Primer Ministro del país del Armagnac para lograr algún tipo de apoyo diplomático, como el que había obtenido del mayor Richardson unos años atrás. Parece ser que al final no consiguió nada de todo esto, pero él siguió mimando el envoltorio para dotar de credibilidad a su proyecto. Sin ir más lejos, en agosto de 1825 publicó la nueva Constitución de Poyais, que ahora, como por arte de magia, ya no era un Principado sino una República, de la que él mismo era evidentemente el jefe de estado. También se puso a vender los acostumbrados Bonos del Estado y a reclutar colonos, aunque como no pudo conseguir que le reconocieran oficialmente ningún servicio consular lo hizo a través de la compañía mercante antedicha. El truco estaba en que todo nuevo colono debía convertirse en accionista de dicha compañía, aportando un mínimo de 100 francos. Todo fue bien hasta la partida del primer buque desde Normandía, momento en que las autoridades portuarias sospecharon que podía haber gato encerrado cuando comprobaron que muchas personas habían obtenido simultáneamente pasaportes para viajar a un país cuya existencia ni siquiera estaba registrada en sus archivos. Cuando los colonos fueron informados de esto, solicitaron que se investigara el asunto para prevenir posibles disgustos cuando llegaran a su destino. Total, que se descubrió todo el pastel, y Macgregor, Hippisley y su secretario Thomas Irving fueron convenientemente arrestados y enchironados. Por su parte, el respetable Monsieur Lehuby, director de la compañía mercantil, huyó a Bélgica en cuanto se olió la tostada.


En abril de 1826, los tribunales franceses comenzaron el juicio sobre el fraude de los emigrantes de Poyais contra Macgregor, Hippisley, Irving y Lehuby, este último "in absentia". Ni qué decir tiene que los tres acusados presentes procedieron inmediatamente a echarle la culpa de todo a Lehuby, que era el único que no estaba. Afirmaron que ellos en realidad no sabían nada, y que habían sido víctimas de un burdo engaño organizado por el susodicho, prueba de lo cual era el hecho de que hubiera tenido tiempo para huir del país. Sin embargo, justo antes de que recayera la sentencia, les llegó la notificación de que Lehuby había sido arrestado en Bélgica, y se volvió a montar el pifostio, porque como es lógico éste lo negó todo y acusó a Macgregor de ser un timador y un mafias. La cosa se alargó hasta julio, y por asombroso que parezca, resultaron todos condenados excepto Macgregor, que fue el único que se libró. Incomprensiblemente, el juez consideró que no había suficientes pruebas para inculparle por el asunto, a pesar de que había sido él el inventor de toda aquella movida de Poyais y de la colonización de las costas de Centroamérica. Eso sí, el juez le obligó a abandonar el país, puede que por no ser ciudadano nacionalizado, y Macgregor regresó a la pérfida Albion, donde para entonces el escándalo de Poyais era ya poco más que una noticia de prensa de hace años olvidada por prácticamente todo el mundo.

Una vez en Londres, volvió a la carga abriendo una nueva oficina en la City, esta vez sin contactos diplomáticos y a mucha menor escala, para no llamar la atención de los antiguos afectados. Vendió de nuevo sus ya clásicos bonos del estado, aunque esta vez se limitó a eso y no organizó ninguna emigración colonial como en ocasiones anteriores. Ahora Macgregor afirmaba que los nativos de Poyais lo habían escogido a él como jefe de estado, otorgándole el título de Cacique de Poyais. Sin embargo, parece que esta vez la cosa no marchó del todo bien, porque se empezó a correr el rumor de que aquello era un fraude y se aconsejaba a los inversores no meterse en semejante cosa. Macgregor tuvo que acabar vendiendo todos los bonos sobrantes a una sociedad de especuladores por una miseria, y aunque sacó beneficio fue una cantidad ridícula en comparación con sus logros del pasado.


Durante la década que siguió a estos acontecimientos, Macgregor vivió siempre de pequeños timos y estafas relacionados con su país imaginario, sacando el dinero justo para ir tirando sin muchos lujos. Lo mismo vendía terrenos con certificados falsos, que emitía acciones, que vendía participaciones en hipotéticos proyectos de regeneración social en aquellos parajes ficticios. Aquello era lo más parecido a un sistema piramidal o trapezoidal de esos que están de moda ahora, porque Macgregor conseguía pagar los intereses de sus inversores con el dinero que invertían los nuevos ilusos. Esto aguantó hasta que llegaron las vacas flacas y Macgregor no tenía dinero para pagar a sus inversores, por lo que empezó a pagarles con más certificados de terrenos en Poyais. Finalmente, en 1839, ahogado por las deudas, Macgregor tuvo que acabar huyendo a Venezuela, donde solicitó y recibió asilo político y una pensión vitalicia, por haber luchado en el pasado a favor de la independencia del país. Allí se dedicó durante años al cultivo del gusano de seda (no es coña) hasta que se quedó ciego. Murió en 1845.

Lo fascinante de la historia de Macgregor es que logró vivir del cuento durante apróximadamente un cuarto de siglo y no fue condenado ni una sola vez por sus chanchullos. Fue uno de esos personajes de leyenda que vivió de flor en flor, saltando de país en país y haciendo cosas distintas, siempre con rango de líder, ya fuera como general, altos rangos militares, o directamente cargos públicos inventados, como cuando fue el jefe de estado de la isla que gobernó durante unos meses. Tal vez él quisiera a toda costa ser gobernante o autoridad en alguna nación y región, y ante la imposibilidad de lograrlo se dedicara a inventarse sus propias naciones a su gusto, siempre con él como máxima autoridad. Tal vez la clave estuviera ahí: en que era imposible no confiar en alguien que prácticamente se creía a pies juntillas sus propias invenciones. Poyais, el reino que nunca existió, fue durante años más real a efectos administrativos que muchos otros países auténticos. Todos los pormenores del timo, detallados con minuciosidad, pueden leerse en el libro del periodista David Sinclair "The Land that Never was", cuyo primer capítulo pueden ustedes leer aquí, y cuyo autor nos desvela algunas de las claves de esta estafa a gran escala aquí. En plena época de los timos de la multipropiedad, de la venta de viviendas de veraneo que luego no existen, de las tiendas falsas por Internet y de similares quimeras del consumismo, el caso de Macgregor sienta un significativo precedente decimonónico que nos convence de que estas cosas no forman parte de ninguna sociedad en concreto sino de la esencia del ser humano. Todo es cuestión de contarle al personal con elocuencia aquello que en su interior desea creer.


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24 Comments:

At 2:19 PM, Blogger Estrellita Mutante said...

Me ha encantado la historia, ¿cómo es posible que nadie haya hecho la película todavía?

 
At 3:10 PM, Blogger SisterBoy said...

¿Y como se llamaban los habitantes de Poyais? ¿poyaisanos?

 
At 2:50 AM, Blogger BUDOKAN said...

Me apasionan estos relatos, la verdad que no sé de donde los sacas. Un día me gustaría que hagas un post sobre estafadorss. Saludos!

 
At 1:27 PM, Blogger skatterbrained kat said...

jaja

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At 2:03 AM, Anonymous Anonymous said...

Podría usted enviarme su email, buen hombre, The Big Kahuna? Gracias!!

 
At 10:02 PM, Blogger skatterbrained kat said...

Queremos crónica Chiiiiiina!!

Anda que no son rarucos los orientales(sí, ya lo sé, mira quienes hablaron) y anda que no les iba a sacar usted jugo...

Claro que con una cultura milenaria como esa y conociéndole igual se está preparando un post tamaño Wikipedia...

 
At 4:26 AM, Blogger amulet88 said...

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