Thursday, January 04, 2007

PRECAUCIÓN, AMIGO CONDUCTOR


1.
En ocasiones, los miedos y las fobias internas nos llevan a aplicar a nuestras vidas lo que yo llamo el Efecto Kubrick. Como todo el mundo sabe, Kubrick era un señor muy rarito y muy especial que vivía en Londres y que tenía un pánico brutal a viajar en avión. Todas las películas las rodaba en los alrededores de su casa, de forma que pudiera ir cada día en coche al trabajo y regresar a su domicilio para la hora de la cena. Las palmeras tropicales del Vietnam de LA CHAQUETA METÁLICA o ese onírico Manhattan de EYES WIDE SHUT estaban en realidad a tiro de piedra de la mansión de Mr. Kubrick. Y fijaos, con lo fácil que sería simplemente rodar en Manhattan. Bueno, pues no. Kubrick evitaba en la medida de lo posible viajar a Nueva York, por su terrible pánico aéreo. A pesar de que, por paradójico que parezca, Kubrick no sólo era neoyorquino del Bronx de toda la vida, sino que además tenía carné de piloto de avión.

En lo concerniente a algo tan cotidiano como la conducción de turismos con el carné B1, yo sería un perfecto ejemplo de individuo afectado por el efecto Kubrick. Nunca jamás conduzco ningún vehículo automóvil, ni monto en moto ni en bicicleta. Es más, no me subo ni a los autos de choque. Sin embargo, el otro día tuve que pasar por el absurdo trance de renovar el carné de conducir. Porque sí, por absurdo que parezca, tengo carné de conducir, y soy oriundo de una ciudad que está a 66 km. de mi lugar de trabajo, por lo que me paso gran parte de mi vida viajando por autopista. Esto de renovar el carné de conducir es una cosa de mucho humor y mucha risa: llega uno a una especie de consulta médica privada, con sala de espera y tal, y ya de entrada tiene que abonar casi 50 euros en concepto de gastos de gestión y otras menudencias, y le cuentan el rollo de que luego le mandan el carné a casa y demás. Un trámite realizado quizás a destiempo, porque digo yo que lo lógico sería que primero te hagan el reconocimiento, y luego, en caso de concluir que está uno en condiciones de conducir, pues los trámites y gestiones para la renovación. Bueno, pues no. Digamos que se da por hecho que el psicotécnico lo vas a pasar, porque si no lo pasas, ellos se embolsan menos cantidad de dinero, así que ya se inventarán algo para que lo pases.


Luego te ponen a jugar a un videojuego como de Spectrum 16k en el que tienes que llevar dos vehículos simultáneamente por dos carreteras distintas. Algo totalmente absurdo, porque ya me diréis cuándo coño tiene uno que conducir dos vehículos simultáneamente en la vida real. Si acaso uno, pero dos... En fin, el caso es que esta prueba la superas. No porque la hagas bien, claro está, sino porque la tía se levanta, se va a tomar un café y te deja ahí chocándote contra el borde de la calzada constantemente. Y luego ya, pues te pone que bien y ya está. Luego te hace toda una serie de preguntas sobre tu historial médico-vial preparadas expresamente para que respondas a todo que no, independientemente de que dicha respuesta se adecue o no a la realidad. ¿Ha tenido usted positivos en alcoholemia? ¿Ha sido multado por exceso de velocidad? ¿Ha estado bajo tratamiento psiquiátrico? Es como la cartulina esa que rellenas para las aduanas de los States, hay que poner en todo que no, aunque hayas pertenecido al partido comunista o hayas colaborado con el régimen nacionalsocialista entre 1939 y 1945. De todos modos, si a algo contestas que sí, tampoco pasa nada, porque ya ellos intuyen que probablemente se trate de un error involuntario cometido sin querer y te instan a subsanarlo. Yo por ejemplo cometí el error de contestar que sí a lo de haber consumido medicaciones para estados emocionales y no sé qué coño más.

- Ya, pero... ¿las has consumido en el pasado o también las consumes ahora?
- No, no, ahora ya hace tiempo que no tomo
- Ah, vale, o sea, que entonces no las vas a volver a consumir, ¿verdad?
- Hombre, no sé si las volveré a consumir, pero ahora mismo no las consumo.
- Ya... bueno... ¿y qué era lo que consumías?
- Pues sobre todo Orfidal
- Vaya, hombre... (la interlocutora pone cara de circunstancias)... pues no sé... es que con esas pastillas igual no puedes conducir...
- Hombre, pues no sé... Pero si eso se lo recetan hasta al que asó la manteca...
- Ya, sí, claro... (visiblemente ofuscada), pero eso en teoría no se debería recetar con tanta alegría. ¡Es una cosa super-super-adictiva!. ¿Y tú ya lo sabes, no? Son la panacea, pero son muy muy adictivas...
- Ya, bueno, pero... ¿y qué tiene que ver eso con conducir?
- Pues me vas a tener que traer un informe de tu psiquiatra para adjuntar a tu ficha, porque sin eso no lo podemos pasar.
- ¿De mi psiquiatra?
- Sí, ya sabes, del que te recetó la medicación. Él también tiene que dar el visto bueno para saber si estás en condiciones de conducir...
- Pero qué absurdo, si a mí eso me lo recetó el médico de cabecera...
- Si, ya sé que lo dan los médicos de cabecera, pero no deberían. Eso sólo tendría que recetártelo tu psiquiatra...
- Ya, bueno, pero es que a mí no me trata ningún psiquiatra, ¿a quién coño le pido que me haga el informe? ¿A uno al azar? Pero si no va a saber ni quién soy, y además esto es algo que me recetaron hace mucho tiempo pero que ya no me han vuelto a recetar....
- Ya... Entonces ya no lo consumes, ¿no?
- Hombre, pues... no sé...no.
- Es que es un poco lío, porque como primero me has dicho que sí y luego que no, pero que igual... Vamos a ver, te voy a volver a hacer la pregunta, ¿vale?
- Venga, va...
- ¿Has consumido algún tipo de medicación para la ansiedad o para problemas emocionales?
- NO
- Vale, pues ya está, pasa a que te vean lo de la vista...


Y luego pasa uno a donde un sujeto que no se sabe muy bien si es oculista, otorrinolaringólogo, médico general, o simplemente el cuñao del dueño de la consulta psicotécnica esta. Entra uno con las gafas puestas y todo, y le preguntan:

- Vamos a ver, ¿tiene usted algún problema de vista?
- Hombre, pues evidentemente sí
- Ya, bueno... pero entiéndame, hay gente que a pesar de llevar gafas tiene otro tipo de problemas graves o degenerativos... O sea, que no era tan incongruente la pregunta... Veamos, quítese las gafas... Así, muy bien... A ver, ¿qué letras ve usted aquí?
- Pues... ninguna
- ¿Cómo que ninguna? ¿Ni las grandes?
- Pues hombre, advierto que hay ahí unas rayas negras, pero vamos, es que desde esta distancia, pues no veo ni tres en un burro, así, sin gafas...
- Pero entonces usted tendrá que llevar siempre gafas para conducir.
- Pues, estoooo... sí, claro. Para conducir y para andar por la vía pública. Vamos, de hecho, si se fija, lo pone claramente en mi carné de conducir

Y bueno, luego la cosa continúa con toda una serie de pruebas chorras de estas de taparse primero un ojo y luego el otro, y de reconocer sonidos graves y agudos, y al final le dan a uno el recibo de que ha pagado y le despachan directamente para casa. Tampoco vamos a complicar la cosa cuando por todos es sabido que esto es simplemente un trámite para el pago de la tasa reglamentaria. Ahora, gracias al importe desembolsado, ya estoy otra vez en condiciones de conducir, cosa que evidentemente seguiré sin hacer. Igual para dentro de otros diez años, cuando me lo tenga que volver a renovar, puedo hacerlo directamente por Internet en alguna plantilla que te venga ya todo puesto que no, y que si te equivocas y pones que sí te dé error. Para garantizar que no hay incómodas equivocaciones humanas en el proceso, vaya.

2.
Leo en el San Francisco Chronicle que al parecer el Ayuntamiento de tan singular ciudad californiana ha puesto en marcha una serie de medidas muy efectivas para evitar que la gente se vaya de rositas sin pagar las multas de aparcamiento. Algún malpensado podría decir que lo hacen simplemente para recaudar pasta, pero en realidad es un proyecto muy solidario y muy cívico para mejorar la convivencia, la calidad de vida y el respeto a la ciudadanía. Aparentemente, la cosa consiste en una videocámara rara muy avanzada que escanea las placas de matrícula de los vehículos aparcados y busca sus números de serie en una base de datos central para hallar qué vehículos tienen multas de tráfico sin pagar. Si aparece algún moroso, directamente le ponen en la rueda delantera un chisme amarillo de esos para inmovilizar el coche, como el que le ponen a Homer Simpson en el episodio aquel en el que va a Nueva York, y hasta que no abone el importe reglamentario no le dejan sacar el coche de ahí. Una pequeña putadilla que, para qué negarlo, le puede suceder a cualquiera, sobre todo en una ciudad tan poco amable al tráfico y al aparcamiento como San Francisco, que no quiero ni pensar en lo que tiene que ser hacer el examen de conducir allí, porque como se te dé mal lo de aparcar en cuestas o no te funcione el freno de mano, pues ya la tenemos liada, y si encima justo cuando vas circulando cruzan la calle los típicos dos señores con un cristal, pues ya ni digamos. Pero bueno, el caso es que para todos esos coches que no acaban en el fondo de la Bahía, el Ayuntamiento se ha gastado la friolera de 92.000 dólares en poner en funcionamiento estos chismes, que hasta ahora se usaban sólo para localizar vehículos robados y demás, y que ahora pues se ha extendido su uso para hacer el Bien y fomentar el uso del transporte público y del bonito hábito de caminar.


Mientras tanto, en España, que vamos siempre a la zaga de los grandes progresos de países mucho más avanzados que nosotros, empezamos ya a vislumbrar la verdadera razón de ser del asunto este del coche. De toda la vida se ha sabido lo del timo mafioso de las auto-escuelas, y de cómo se monta el sistema este para que todo el mundo aprenda a conducir del mismo modo que aprendería en circunstancias normales pero garantizándoles a una serie de personas unos ingresos monetarios mínimos. Luego está, evidentemente, el precio del coche en sí mismo, que si se paga a plazos (como hace el común de los mortales), pues enseguida pasamos de pagar una pequeña tasa de transporte público a estar pagando de repente la letra + el seguro + el combustible + los peajes + los impuestos de aparcamiento (o en su defecto, el alquiler de la plaza de garaje). Una cosa mucho más cara que lo que teníamos antes, pero que sin duda influye muy positivamente en nuestra calidad de vida y nuestro estatus social, porque claro, no es lo mismo conducir todos los días un flamante Audi A4 que ir todo sobado y ojeroso en el autobús o en el metro junto a la "señora con bolsa de hortalizas" o la "mujer moderna de hoy en día que lee libro de Haruki Murakami mientras da cabezadas en el aire". Lo del coche sin duda es una cosa que mejora nuestro estilo de vida de forma muy positiva.

Claro que la cosa no termina aquí, porque resulta que en cuanto ya nos hemos hecho a este via crucis de que nos sangren mensualmente una cantidad aberrante de dinero, empiezan otra serie de gastos supuestamente ocasionales cada vez que tenemos que llevar el coche al taller por ese insignificante accidente con esa moto de Telepizza que no vimos a tiempo, o por ese desafortunado suceso con el hijoputa correspondiente que nos jode el retrovisor o que nos raya la puerta delantera. Y luego ya, pues las siempre temidas multas, que hasta ahora en España eran una cosa como de mentira, que se suponía que en teoría te podían poner, pero que luego podías ir a 200 km./h sin cinturón tras tomarte unos cuantos gin-kases tranquilamente y no pasaba nada, e incluso si tenías la mala suerte de que te ponían una, pues igual no había ni que pagarla, se hacía uno el sueco y a veces hasta colaba. Ahora en cambio, con esto de que nos hemos integrado europeamente, pues la cosa está más jodida, y hay que pagar al erario público de forma más regular cada vez que alguien hace cualquier menudencia sin importancia, como no ponerse el cinturón en el asiento trasero, saltarse un semáforo en rojo, conducir completamente beodo, en fin, cosas muy muy leves que a nadie pueden importar y que son muy tradicionales en España y muy nuestras de toda la vida. Como lo de las multas de la Avanzada de Leioa, por poner un ejemplo, que es una cosa indignante y una vergüenza que vulnera los derechos fundamentales de los ciudadanos motorizados y de las personas, y contra la que hay que protestar enérgicamente. Y eso que aquí aún no nos ha llegado lo de la videocámara futurista esa de San Francisco para las multas de aparcamiento, porque cuando llegue ya va a ser esto un estado de radares y vigilancia orwelliana del que no se libra ni el apuntador.


Curiosamente, a pesar de que las cada vez más frecuentes dificultades económicas y organizativas a las que han de hacer frente los conductores, el número de vehículos matriculados no para de crecer, y en España no hay hijo de vecino que no se luzca al volante de su correspondiente BMW, o que no pida un crédito a quince años para pagar su elegante berlina de lujo, su monovolumen para toda la familia, o su deportivo descapotable para ir a tomarse un Nordic Mist de naranja en el puerto deportivo de Getxo o para salir de fiesta en verano por las terrazas de moda y los discotecones esos que están a rebosar de suripantas artificialmente bronceadas. Al final de todo, es muy posible que todo esto redunde precisamente en las vidas de quienes somos peatones y nos ahorramos un dineral en nuestros gastos habituales, aunque lo que todavía no tengo muy claro es si al Estado le conviene esta sobreabundancia de vehículos a motor por los que recauda dinerales sorprendentes, o si por el contrario supone para la Administración una traba y un obstáculo para la vida plácida, el recogimiento, y el respeto al medio ambiente y al Protocolo de Kyoto. Y es una cuestión importante a dilucidar, que ya se sabe que el Estado somos todos. Lo mismo en cuanto llegue la crisis gorda esta que dicen que va a llegar, la gente se deshace de sus coches y deja de haber dinero para pagar el transporte público para todos, por no hablar del petróleo. Y quién sabe, podríamos volver al auto-stop, a la bicicleta y a los camiones colectivos. Como en Cuba, mismamente.